ASI LIMPIABA ASÍ ASÍ…

Asomo la patita para agradeceros vuestra preocupación. Estoy aquí, divinamente, con la mente en blanco y el alma en pie de guerra.

No sé Astilleros, una cosa rara. No os lo sé explicar, a ratos no me beso porque no llego de lo que me gusta mi vida y a veces busco desesperada aulas dónde impartan masters de qué hacer con tu vida cuando no sabes que hacer con ella.

En fin, que podría contaros que aprovechando el cambio de armario estoy haciendo limpieza e intentando tirar al contenedor de reciclaje muchas cajas donde guardo historias de todo tipo. Historias inacabadas, historias finiquitadas, historias que debían ser aventuras sin pretensiones y se convirtieron en algo más, algo mas que se quedaron en aventuras sin pretensiones, relaciones que nunca tuvieron que haber visto la luz, y no relaciones que se merecían un intento de vivir. También historias que están por venir. Tengo cajas llenas de frustraciones, de orgullos, dignidades, desasosiegos y angustias. Algunas con la etiqueta de cosas que recuerdan lo que fue y lo que pudo haber sido. Y por supuesto cajas llenas de felicidades pasadas y emociones presentes.

Hasta en el trastero tengo cajas apiladas, cada una con su etiqueta, la mas reciente esta llenándose de absurdos, de pataletas que dicen que quieren algo contigo y cuando respondes que no sientes nada, se rebota y dice que tampoco le dices tanto la verdad, y a los dos días se olvida que lo ha dicho y vuelve a decirte que quiere algo. Esta caja lleva puesta la etiqueta de los absurdos y las impotencias.

Hay otra caja que también casi rebosa con miedos ajenos que me salpican a mi. Para abrir esta caja se requiere un vaso de miedos con cobardías y hielo. Le pones una rodajita de limón y te lo tomas mirando al horizonte mientras suena Bob Marley de fondo.

Tengo una caja con recuerdos para olvidar y otra con olvidos para recordar.

Pero no todas las cajas son para tirar, hay algunas nuevas que están vacías a la espera de llenarse, y algunas a medio llenar. Son las cajas con etiquetas de esperanzas, ilusiones, aventuras excitantes, experiencias sexuales, sorpresas agradables y fotos sonrientes. Y otras con recuerdos que se han ganado el derecho a tener su hueco en la estantería. Algunas cajas están llenas de cintas de VHS con historias tan tan grandes que jamás podrán ser contadas. Otras con diapositivas tan insignificantes que no sirven para nada, y por eso precisamente las sigo conservando.

La caja que más me desconcierta es la que luce la etiqueta de qué voy hacer contigo. Cuántas veces la he tirado al contenedor y a media noche he salido corriendo en pijama y buscado dentro rezando para que no hubiera pasado el camión de la basura. Así que la recojo del fondo del contenedor amarillo, cambio la caja por otra nueva y la coloco en su sitio, en la mesilla de noche. Hasta el próximo arrebato.

Tengo una caja pequeña dónde guardo instrucciones a seguir cuando quisiera arrancarme la piel a tiras y hacer una llamada, enviar un sms o un mail. Entonces corriendo la abro, saco los folios escritos con rotulador indeleble y me las leo deprisa. Al menos me apacigua un rato como si de tranquimazines se tratara. Odio esta caja.

Las que mas me pesa, la que mas miedo me da, tanto que me limito a quitarle el polvo de vez en cuando con un plumero y en la distancia, no sea que se destape y me escupa a la cara la realidad. Esa caja con una etiqueta enorme en letras rojas que dice: No abrir. Por lo que pueda pasar, esa en la que viene el manual de mi uso, las claves que me descifran, la que realmente sabe cual es la verdad, y quien la lleva razón. Esa caja no puedo tirarla, por desgracia.

También anda por ahí una caja negra, la de los puñales y puñaladas, la de las patadas en el alma y los pisotones en el corazón, la caja que duele, la caja de la rabia.

En fin Astilleros, que podría contaros todo eso… pero casi mejor que no cuento nada. Que ya veis, ando de limpieza, rodeada de cajas, y tratando de hacer espacio, pero mira que cuesta desprenderse de objetos inútiles, o no??.

Gracias por estar ahí.